miércoles

POEMAS DE CESAR VALLEJO


LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! 
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, 
la resaca de todo lo sufrido 
se empozara en el alma... ¡Yo no sé! 

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras 
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. 
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; 
o los heraldos negros que nos manda la Muerte. 

Son las caídas hondas de los Cristos del alma 
de alguna fe adorable que el Destino blasfema. 
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones 
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. 

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como 
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; 
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido 
se empoza, como charco de culpa, en la mirada. 

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

PIEDRA NEGRA SOBRE PIEDRA BLANCA

Me moriré en París con aguacero, 
un día del cual tengo ya el recuerdo. 
Me moriré en París ?y no me corro? 
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso 
estos versos, los húmeros me he puesto 
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, 
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban 
todos sin que él les haga nada; 
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos 
los días jueves y los huesos húmeros, 
la soledad, la lluvia, los caminos...

ESPERGESIA

Yo nací un día que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo, que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero. 
Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar: el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.

Yo nací un día que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha...Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres, sin dejar eneros.
Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo, que mastico... y no saben
por qué en mi verso chirrían, oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.

Todos saben... Y no saben que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda... 
Y no saben que el misterio sintetiza... 
que él es la joroba musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día 
que Dios estuvo enfermo, grave.

EL MOMENTO MÁS GRAVE DE LA VIDA

Un hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida estuvo en la batalla del Marne cuando fui herido en el pecho.
Otro hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida, ocurrió en un maremoto de Yokohama, del cual salvé milagrosamente, refugiado bajo el alero de una tienda de lacas.
Y otro hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida acontece cuando duermo de día.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida ha estado en mi mayor soledad.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre.
Y el ultimo hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida no ha llegado todavía.

NERVAZÓN DE ANGUSTIA

Dulce hebrea, desclava mi tránsito de arcilla; 
desclava mi tensión nerviosa y mi dolor... 
Desclava, amada eterna, mi largo afán y los 
dos clavos de mis alas y el clavo de mi amor!

Regreso del desierto donde he caído mucho; 
retira la cicuta y obsequiame tus vinos: 
espanta con un llanto de amor a mis sicarios, 
cuyos gestos son férreas cegueras de Longinos!

Desclávame mis clavos ¡oh nueva madre mía! 
¡Sinfonía de olivos, escancia tu llorar! 
Y has de esperar, sentada junto a mi carne muerta, 
cuál cede la amenaza, y la alondra se va!

Pasas... vuelves... Tus lutos trenzan mi gran cilicio 
con gotas de curare, filos de humanidad, 
la dignidad roquera que hay en tu castidad, 
y el judithesco azogue de tu miel interior.

Son las ocho de una mañana en crema brujo... 
Hay frío... Un perro pasa royendo el hueso de otro 
perro que se fue... Y empieza a llorar en mis nervios 
un fósforo que en cápsulas de silencio apagué!

Y en mi alma hereje canta su dulce fiesta asiática 
un dionisíaco hastío de café...!

DESHORA

Pureza amada, que mis ojos nunca 
llegaron a gozar. ¡Pureza absurda!

Yo sé que estabas en la carne un día, 
cuando yo hilaba aún mi embrión de vida. 
Pureza en falda neutra de colegio; 
y leche azul dentro del trigo tierno 
a la tarde de lluvia, cuando el alma 
ha roto su puñal en retirada, 
cuando ha cuajado en no sé qué probeta 
sin contenido una insolente piedra, 
cuando hay gente contenta; y cuando lloran 
párpados ciegos en purpúreas bordas.

Oh, pureza que nunca ni un recado 
me dejaste, al partir el triste barro, 
ni una migaja de tu voz; ni un nervio 
de tu convite heroico de luceros.

Alejaos de mí, buenas maldades, 
dulces bocas picantes...

Yo la recuerdo al veros ¡oh mujeres! 
Pues de la vida, en la perenne tarde, 
nació muy poco ¡pero mucho muere!

EL PAN NUESTRO

Se bebe el desayuno... Húmeda tierra 
de cementerio huele a sangre amada. 
Ciudad de invierno... La mordaz cruzada 
de una carreta que arrastrar parece 
una emoción de ayuno encadenada!

Se quisiera tocar todas las puertas, 
y preguntar por no sé quién; y luego 
ver a los pobres, y, llorando quedos, 
dar pedacitos de pan fresco a todos. 
Y saquear a los ricos sus viñedos 
con las dos manos santas 
que a un golpe de luz 
volaron desclavadas de la Cruz!

Pestaña matinal, no os levantéis! 
¡El pan nuestro de cada día dánoslo, 
Señor...!

Todos mis huesos son ajenos; 
yo tal vez los robé! 
Yo vine a darme lo que acaso estuvo 
asignado para otro; 
y pienso que, si no hubiera nacido, 
otro pobre tomara este café! 
Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!

Y en esta hora fría, en que la tierra 
trasciende a polvo humano y es tan triste, 
quisiera yo tocar todas las puertas, 
y suplicar a no sé quién, perdón, 
y hacerle pedacitos de pan fresco 
aquí, en el horno de mi corazón...!

COMUNIÓN

Linda Regia! Tus venas son fermentos 
de mi no ser antiguo y del champaña 
negro de mi vivir!

tu cabello es la ignota raicilla 
del árbol de mi vid. 
tu cabello es la hilacha de una mitra 
de ensueño que perdí!

Tu cuerpo es la espumante escaramuza 
de un rosado Jordán; 
y ondea, como un látigo beatífico 
que humillara a la víbora del mal!

Tus brazos dan la sed de lo infinito, 
con sus castas hespérides de luz, 
cual dos blancos caminos redentores, 
dos arranques murientes de una cruz. 
Y están plasmados en la sangre invicta 
de mi imposible azul!

Tus pies son dos heráldicas alondras 
que eternamente llegan de mi ayer! 
Linda Regia! Tus pies son las dos lágrimas 
que al bajar del Espíritu ahogué, 
un Domingo de Ramos que entré al Mundo, 
ya lejos para siempre de Belén!

MADRE

Madre, me voy mañana a Santiago,
a mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.

Me esperará tu arco de asombro,
las tonsuradas columnas de tus ansias
que se acaban la vida. Me esperará el patio,
el corredor de abajo con sus tondos y repulgos
de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,
aquel buen quijarudo trasto de dinástico
cuero, que para no más rezongando a las nalgas
tataranietas, de correa a correhuela.

Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
¿no oyes tascar dianas?
estoy plasmando tu fórmula de amor
para todos los huecos de este suelo.
Oh si se dispusieran los tácitos volantes
para todas las cintas más distantes,
para todas las citas más distintas.

Así, muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
hasta ser el primer pequeño que tuviste.

Así, muerta inmortal.
Entre la columnata de tus huesos
que no puede caer ni a lloros,
y a cuyo lado ni el destino pudo entrometer
ni un solo dedo suyo.
Así, muerta inmortal. Así.

LA RUEDA DEL HAMBRIENTO

Por entre mis propios dientes salgo humeando, dando voces, pujando,
bajándome los pantalones...
Váca mi estómago, váca mi yeyuno,
la miseria me saca por entre mis propios dientes,
cogido con un palito por el puño de la camisa. 

Una piedra en que sentarme
¿no habrá ahora para mí?
Aún aquella piedra en que tropieza la mujer que ha dado a luz,
la madre del cordero, la causa, la raíz,
¿ésa no habrá ahora para mí?
¡Siquiera aquella otra,
que ha pasado agachándose por mi alma!
Siquiera la calcárida o la mala (humilde océano)
o la que ya no sirve ni para ser tirada contra el hombre
ésa dádmela ahora para mí!
Siquiera la que hallaren atravesada y sola en un insulto,
ésa dádmela ahora para mí!

Siquiera la torcida y coronada, en que resuena
solamente una vez el andar de las rectas conciencias,
o, al menos, esa otra, que arrojada en digna curva,
va a caer por sí misma,
en profesión de entraña verdadera,
¡ésa dádmela ahora para mí!
Un pedazo de pan, tampoco habrá para mí?
Ya no más he de ser lo que siempre he de ser,
pero dadme una piedra en que sentarme,
pero dadme, por favor, un pedazo de pan en que sentarme,
pero dadme en español algo, en fin, de beber, de comer, de vivir, de reposarse
y después me iré...

Halló una extraña forma, está muy rota y sucia mi camisa
y ya no tengo nada, esto es horrendo.

LOS NUEVE MONSTRUOS

Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.
Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rosseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar...
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardido¹!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.

¡CUÍDATE, ESPAÑA...!
¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la República!
¡Cuídate del futuro!…

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